sábado, 22 de diciembre de 2012

¡No quiero divorciarme ni de mi padre ni de mi madre!

El Correo de Andalucía.

Esta sería la respuesta de muchos de los hijos de parejas que se rompen si tuvieran la posibilidad de decir algo en la revolución familiar que supone toda ruptura de pareja o divorcio si están casados.

¿Nos plantemos los padres cómo abordar el divorcio de forma que trastorne en el menor grado posible a nuestros hijos? En la mayoría de las ocasiones no. Cuando llega la ruptura caemos en el error de pensar sólo en nosotros mismos, en cómo nos afectará esta decisión o situación impuesta, en la nueva forma de abordar nuestra vida, cómo vamos a salir adelante en el plano económico, qué repercusión va a tener la ruptura en nuestra propia familia y en la familia política, en los amigos, si afectará a nuestro trabajo, y tantos y tantos otros matices. El futuro nos tortura y el pasado nos encadena, pero no olvidemos el mejor de los proyectos comunes que tenemos con nuestra pareja que son nuestros hijos.

Es suficiente creer que somos buenos padres y que como los queremos tanto no van a sufrir las consecuencias del divorcio? Si es así, estamos equivocados. Tanto si el divorcio o la ruptura de la pareja se plantea por ambos, como si es uno solo el que toma la decisión, el primer objetivo a considerar debe ser cómo les va a repercutir a los menores las consecuencias que toda ruptura conlleva. En esos momentos es necesaria una gran dosis de generosidad por ambos progenitores y plantear bien la cuestión. No somos más que padres y es conveniente recurrir al consejo de especialistas que nos ayuden a abordar bien la nueva situación. De cómo enfoquen los padres la nueva situación depende cómo vaya a ser en el futuro la relación que mantendrán los hijos, su equilibrio, estabilidad, seguridad y, en definitiva, su desarrollo emocional. Al igual que al ser padres nos hemos puesto de acuerdo sobre qué educación queremos para nuestros hijos, cómo formarlos para que tengan una base sólida inculcándoles valores y el significado de que son derechos y obligaciones, tenemos que ser conscientes de que en mayor o menor medida a nuestros menores y adolescentes, también les afecta el divorcio de sus padres. Si nos olvidamos de ellos, el divorcio pasará factura no sólo a ellos sino a toda la familia.

Debemos desmitificar el malentendido generalizado de que los niños no deben saber nada de la decisión de que sus padres se van a divorciar. Eso es no querer abordar uno de los pilares básicos de lo que vengo a denominar un buen divorcio. Se tiene mucho camino andado cuando ambos progenitores serena y responsablemente se sientan con sus hijos, abordan la cuestión y les explican la situación y por qué no les piden su parecer sobre la nueva forma de convivencia en el futuro. De hacerse así, muchos son los padres que se sorprenden favorablemente al comprobar el grado de madurez y de sentido común de sus hijos, siendo conscientes también de que son hijos y no quieren problemas añadidos a los que ya tienen, esto es no quieren perder calidad de vida ni hay por qué hacerlos el bastón donde nos apoyemos en el futuro. Ellos no quieren divorciarse, y así lo manifiestan abiertamente al ser explorados en los procedimientos judiciales cuando se acuerda, o ante los Psicólogos de Familia cuando intervienen. Quieren que sus padres se lleven bien y seguir sintiendo el cariño y la ayuda de ambos. No quieren quedarse huérfanos y menos aún, verse en el dilema de tener que decidir o sufrir la lluvia de insultos y descalificaciones que, en no pocas ocasiones, son objeto por parte del otro progenitor cuando éste no ha asumido bien la ruptura.

Contemos con nuestros hijos en este trance tan crítico para toda la familia y no permitamos que sea uno de los dos el que manipule la situación y en definitiva los desequilibre. Hay daños irreparables para nuestros hijos y no hay sistema legal que indemnice a un padre al que le niegan de pronto su mejor derecho.

http://www.lexfamily.es/revista.php?codigo=445


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